Bienvenidos al Dominio Público: Virginia Woolf

fotografia de Virginia Woolf

Las obras maestras no son nacimientos únicos y solitarios, sino que son el resultado de muchos años de pensamiento común, pensados por el conjunto del pueblo, por lo que la experiencia de la masa está detrás de la única voz.”1

Hace setenta años, un frío y luminoso día de primavera, envuelta en su abrigo y ayudada por su bastón, la mujer salió de su casa y se dirigió hasta la orilla del río Ouse, llenó de piedras sus bolsillos y se arrojó al cauce de agua. Su cuerpo fue hallado casi un mes después. Dejó una carta dirigida a su esposo, que finalizaba diciendo No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros. La mujer se llamaba Virginia Woolf.

Desde joven, Virginia se lanzó a conocer el mundo a través de la inagotable biblioteca de su padre, el novelista, historiador, ensayista y alpinista Sir Leslie Stephen, y pasó el resto de su vida inmersa en el sofisticado ambiente literario e intelectual londinense. Su condición de mujer, le negó la educación formal que si recibieron sus hermanos.

Tras la muerte de su madre en 1895 y de su padre 9 años después, los Stephen —que eran varios hermanos— se mudaron a una casa ubicada en el barrio de Bloomsbury cerca del British Museum, lugar que se convirtió en centro de reunión de notables intelectuales, artistas y personajes de la época: John Keynes, Roger Fry o E. M. Forster eran algunos de los nombres que frecuentaban las veladas. Aunque el “Círculo de Bloomsbury” ganó notoriedad cuando algunos de sus miembros llevaron a la práctica el célebre “Dreadnought Hoax” que puso en ridículo a la armada británica, consiguiendo que su buque insignia, el acorazado H.M.S. Dreadnought, fuese presentado con toda pompa y protocolo ¡a una supuesta delegación de miembros de la realeza de “Abisinia” que sólo pronunciaban las palabras “Bunga-Bunga!. Entre los disfrazados estaba Virginia y su hermano Adrian.

Dreadnought Hoax La primera de la izquierda, Virginia Woolf disfrazada como un miembro de la realeza de la falsa delegación de Abisinia (al centro su hermano Adrian), que puso en ridículo a la Armada Británica [fuente imagen]

De las tertulias también participaba el escritor Leonard Woolf, con quien Virginia contrajo matrimonio en 1912, y estuvo casada hasta el día de su muerte.

Junto con Joyce o Proust, Virginia Woolf se convirtió en una de las figuras más relevantes de la narrativa modernista. En “Orlando” —su novela más popular, inspirada y dedicada a su amante, la poetisa Vita Sackville-West— desafía con audacia el corset victoriano contra el cual el modernismo se rebelaba. Liberándose de prejuicios y tabúes, la autora hizo que su protagonista cambie de sexo y mantenga relaciones con hombres y mujeres, a través de 500 años de historia inglesa. En el medio se burla de la moda, de las tertulias como las que ella misma organizaba, o de la literatura y de los escritores. Y todo escrito por una recatada y sensata mujer de la clase acomodada londinense… Pero Virginia nunca logró exorcizar del todo sus fantasmas. Desde su adolescencia experimentó cada tanto enfermizos estados alternados de depresión y júbilo, trastorno mental que hoy seguramente recibiría el diagnóstico de enfermedad bipolar.

Una habitación propia

Los libros siguen unos a otros, a pesar de nuestra costumbre de juzgarlos por separado. Para la autora de “Las Olas”, la autoría estaba lejos de aquella reificación del genio creador solitario, glorificada durante el siglo XIX. Tal como citamos al comienzo, las obras para Virginia Woolf son el resultado de muchos años de pensamiento común. Entonces, la propiedad literaria se desvanece cuando reclama su libertad para escribir, sin temor a los intertextos y préstamos de otros autores. Sin embargo, se restablece, cuando afirma que sin bases materiales adecuadas no hay escritura posible2, tal como postula en uno de sus ensayos más conocidos: “Una Habitación Propia”. Virginia Woolf fue la primera en reclamar quinientas libras al año y una habitación propia, como precondición para que una mujer pudiese escribir, emancipada. El ensayo fue redescubierto y celebrado por el movimiento feminista, luego, durante los ‘70.

Lamentablemente, la industria editoral y el sistema de copyright rara vez han conseguido cumplir ese deseo autoral, apenas excepcionalmente, y por supuesto, tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias a principios de siglo: Virginia Woolf pudo publicar sus obras sencillamente porque tuvo editorial e imprenta propia. En parte por hobby y en parte por “laborterapia”, junto con su esposo fundó “The Hogarth Press” en 1912 —prácticamente en el garage de su casa, si vale el anacronismo. Virginia incluso llegó a aprender el arte de componer e imprimir con tipos móviles, para poder llevar adelante el proyecto. Además de publicar a varios de sus contertulios de Bloomsbury, entre los primeros impresos estuvieron, como es de esperar, las obras del propio Leonard y Virginia Woolf.

cubiertas de los libros impresos por Hogarth Press, la imprenta y editorial de Virginia y Leionard Woolf Tapas de las ediciones de las obras de Virginia Woolf, impresas por Hogarth Press, la editora del matrimonio Woolf, ilustradas por Vanessa Bell

Pero “The Hogarth Press” publicó también a un tal T.S. Eliot, o a un controvertido neurólogo austríaco llamado Sigmund Freud, aunque no se animó con el manuscrito de otro autor que murió el mismo año que Virginia se dejó llevar por la corriente del Ouse. Demasiado extenso y demasiado transgresor para la pequeña editorial, luego de leer los primeros capítulos Virginia opinó en principio que era [indecente y aburrido](http://modernism.research.yale.edu/wiki/index.php/Woolf’sReadingofJoyce’sUlysses,_1918-1920), y lo rechazó. Se trataba del manuscrito de Ulises, de James Joyce. Para cerrar el círculo, Virginia escribió pocos años después “La señora Dalloway”, un monólogo interior que transcurre… durante un solo día de la vida del protagonista.

Quinientas libras, setenta años

Cuando la revista norteamericana “Two Worlds”, publicó parte del Ulises sin autorización de Joyce, varios escritores decidieron alzar su voz firmando una carta de protesta, entre los que se encontraba la propia Woolf. Los escritores denunciaban los escasos recursos legales que ofrecía el sistema de copyright norteamericano a los escritores extranjeros, notablemente más permisivo que el actual: la oficina de copyright exigía que toda obra fuese impresa, publicada y registrada primero en Estados Unidos para otorgarle copyright, o a lo sumo un mes después de su publicación en el extranjero. Como muestra de genersidad, otorgaban otro mes extra, si se llegaba a presentar un ejemplar impreso… de esta forma es como varias obras de Woolf se quedaron sin copyright en Estados Unidos.

En aquella época, los royalties fugaban de América hacia el Viejo Continente, por lo cual la “protección” de la propiedad literaria no marcaba ninguna agenda política en Estados Unidos: su copyright eran insólitos 28 años desde la fecha de publicación (con la posibilidad de renovación por 28 más), y su violación de difícil sanción. En contraste, Inglaterra desde 1912 contaba con 50 años post-mortem.

Virginia Woolf en un grafiti Virginia Woolf, imagen en las calles de São Paulo [fuente wikimedia]

Un siglo después, la “geografía del copyright” se ha invertido un poco: en Inglaterra el plazo sólo avanzó de 50 a 70 años pos-mortem, y el reciente informe Hargreaves recomendó no seguir extendiendo y reforzando el sistema de derechos de autor, más bien lo contrario. En Estados Unidos debaten la draconiana ley SOPA y luego de la firma de ADPIC en la Ronda de Uruguay durante los 90, no sólo modificó sus leyes para extender el plazo a 70 años post-mortem, sino que otorgó una protección extra de 95 años luego de la fecha de publicación, para las obras publicadas en el extranjero posteriores a 1923, razón por la cual parte de la obra de Virginia Woolf (como el referido ensayo “Una Habitación Propia”) estará en Dominio Público en casi todo el mundo, pero paradójicamente, se mantendrá en dominio privado en Estados Unidos hasta 2025.

Una extensión de plazos bastante inútil, si se trata de facilitarle a Virginia Woolf las quinientas libras al año que reclamaba en 1929, para poder escribir con independencia.

Murió hace setenta años.


Imagen del inicio del post: Virginia Woolf, 1939. [National Portrait Gallery, London]

Notas


  1. Citada por Celia Marshik en “Thinking Back through Copyright. Individual Rights and Collective Life in Virginia Woolf’s Nonfiction” 

  2. Thinking Back through Copyright. Individual Rights and Collective Life in Virginia Woolf’s Nonfiction, por Celia Marshik, en Modernism and copyright, por Paul K. Saint-Amour