El Gran Hermano conurbano

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Truman Show bonaerense en Crítica

imageEl lunes pasado, Crítica Digital se ocupó del tema de la videovigilancia, desde la perspectiva más controvertida —esa que algunos vienen advirtiendo desde hace tiempo, quién vigila a los vigilantes. Y abren la nota informando que: Legisladores presentarán un pedido de informe para que Scioli rinda cuentas sobre las compañías beneficiadas y el dinero que se destinó a transformar el distrito en Sea Heaven, el pueblo bajo cámaras del reality The Truman Show

Para tener una idea del nivel de inseguridad que podría provocar este sistema de vigilancia, basta con leerse el siguiente párrafo:

Dos poderosos empresarios de la comunicación –Daniel Hadad y Sergio Szpolski, propietarios de señales informativas– están asociados con los dos grupos que controlan el ochenta por ciento de un negocio realizado con fondos del Estado nacional.

Entre referencias a manejos turbios y falta de regulación, se menciona un conflicto de intereses que aquí nos parece muy preocupante: los mismos empresarios que son dueños de medios –desde donde muchas veces se fomenta un clima de miedo, amplificando los casos de inseguridad– son también dueños de las empresas que luego los municipios contratan para instalar los sistemas de videovigilancia, como un intento de dar respuesta a la preocupación de la población.

Al final de la nota aparece una interesante columna de opinión de María Rosa Gómez, especialista en comunicación y ética periodística y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA que transcribimos a continuación.

Conflicto, control y claudicación

Desde que la sociedad humana se organizó en grupos, quienes asumieron funciones de liderazgo advirtieron que era de vital importancia el control de lo que opinaban sus pares. La complejidad tecnológica perfeccionó la vigilancia global y el avasallamiento de derechos tales como la privacidad, la libertad de pensamiento, el derecho a opinar e informarse. En la década de los 90, Gilles Deleuze acuñó el concepto “sociedades de control” para definir esta etapa.

El real despliegue de vigilancia global sobre la sociedad estallaría –literalmente– con el derrumbe del World Trade Center y el ataque al Pentágono ocurridos el 11 de septiembre de 2001. Estados Unidos encontró en la excusa del terrorismo el argumento ideal para avanzar sobre la vigilancia de la sociedad mundial, eludiendo derechos soberanos de los Estados y diseminando cárceles clandestinas en distintos continentes. El programa Total Information Awareness (TIA) que permite el cruce, rastreo y desciframiento de datos financieros, consumos, situación laboral y preferencias políticas de la población mundial, parecía materializar la pesadilla orwelliana del Gran Hermano. Hoy ha sido superado por nuevos programas de detección y clasificación de datos que permiten, entre otras cosas, definir los perfiles de los usuarios de internet chequeando sitios frecuentados y contenidos.

En su último libro, “Un mundo vigilado”, Armand Mattelart informa que en 2007 el mercado de la seguridad global movía 350.000 millones de euros anuales, concentrados en empresas estadounidenses, europeas, asiáticas y unos pocos países del “resto del mundo”.

El funcionamiento de la industria de la seguridad requiere de un mundo en conflicto permanente y –en el plano más subjetivo– de una generalizada sensación de inseguridad. Aquella que nos lleva a claudicar y conceder que está bien, por ejemplo, la proliferación de videocámaras en el universo inmediato, el barrio, el edificio, la vida cotidiana.

La nota completa en Crítica digital “El Truman Show bonaerense