¿Libros electrónicos? ¿Triciclos alados?

[…] Una vez identificada la naturaleza del libro como objeto industrial, el nombre «libro electrónico», que hasta recién nomás nos sonaba perfectamente natural, se vuelve muy disonante. ¿Cómo puede ser «electrónico» un libro, si la esencia misma del libro es ser tangible, concreto, industrial, escaso? ¿Por qué mantener la palabra «libro» en el nombre de algo que elimina al libro mismo de la ecuación?

En principio, un «libro electrónico» no sería otra cosa que un archivo digital en el que se encuentra codificada una obra. No es un objeto concreto, no requiere infraestructura ni grandes inversiones de capital para producirlo ni distribuirlo. Una vez producido el primer ejemplar de una obra en soporte digital, producir nuevas copias y ponerlas al alcance de todo el mundo a través de redes P2P tiene un costo despreciable.

El soporte informático permite usos que un libro no: el dispositivo que se usa para acceder a la obra puede presentarla de distintas maneras a distintos lectores: personas ciegas pueden leerla en Braille o hacer que el sistema se las lea en voz alta; personas con visión disminuída pueden leerla en letras particularmente grandes, o de alguna otra manera adaptada a su discapacidad; personas con percepciones estéticas muy delicadas pueden leer el texto en su tipo de letra y esquema de diagramación favoritos; estudiantes e investigadores pueden aplicar herramientas automáticas para hacer análisis del texto que serían prohibitivos de hacer en papel.

Llamar «libros electrónicos» a estos archivos digitales es como llamar «triciclos alados» a los jets transatláticos de pasajeros: en cierta forma los describe, pero los subestima groseramente. Esa subestimación es útil a las editoriales: pensar en términos de «libros electrónicos» limita nuestra imaginación respecto de qué podemos esperar de ellos.

Seguir leyendo “De libros electrónicos, agua seca y otras quimeras“, esclarecedor artículo de Fede Heinz que no tiene desperdicio!