Distribuido, horizontal y abierto
MoMA has digitized its archive and put it online https://t.co/XVOS5YfnL6
— e-flux (@e_flux) 15 de septiembre de 2016
Por Matías Butelman
El título de la nota dice “digitalizó”. En el resumen leemos “digitalizar su archivo de exhibiciones y ponerlo en línea”. Quizás esto último sea lo más importante de la noticia: el MOMA facilita por medios digitales, de forma irrestricta —y debemos agregar, sustentable— el acceso a grandes colecciones de textos, imágenes, registros audiovisuales y demás.
La semana pasada estuvo de visita Robert Darnton, reconocido historiador del libro, ex director de la Biblioteca de Harvard. En la Biblioteca Nacional habló de un proyecto que viene impulsando desde hace varios años: la Digital Public Library of America, un sitio que conecta y expone en internet colecciones digitales de muchísimas organizaciones de Estados Unidos.
La DPLA no es, aclaró, como una biblioteca tradicional, con un domo gigantesco abajo del cual se acumulan colección tras colección; tampoco es una gigantesca base de datos. Es un sistema distribuido, horizontal, y abierto: abierto en sus contenidos, abierto en sus metadatos, abierto en el software que utiliza.
No podría ser de otra forma, porque es una iniciativa que responde a la misión de las bibliotecas públicas: poner el conocimiento y la cultura al alcance de la mayor cantidad posible de personas.
Si no fuera de este modo, además, se expondría a la suerte de tantos repositorios centralizados de contenidos digitales que aparecieron y desaparecieron de la memoria de Internet. No hace falta mencionarlos.
En nuestro país no tenemos una Biblioteca Pública Digital Argentina. Lo que es más: no tenemos colecciones digitales. La cantidad de organizaciones que hoy exponen adecuadamente y sin restricciones sus objetos digitales es muy pequeña.
Las causas son conocidas: por un lado, iniciar un proyecto de digitalización y publicación digital es costoso para organizaciones públicas, especialmente por la tecnología involucrada y la posibilidad de conseguirla en nuestro país. Por otro, hay dificultades de orden técnico, relacionadas a los diferentes aspectos de un proceso de digitalización: elegir qué hardware o qué software usar, cómo procesar adecuadamente las imágenes obtenidas, cómo publicarlas adecuadamente en internet es información que no circula abiertamente ni es adoptada de manera estándar por las diferentes organizaciones que tienen acervos.
Además de haber pocos proyectos que se hayan iniciado, muchos se interrumpen en alguno de los diferentes pasos. Si las imágenes fueron obtenidas adecuadamente, quedan olvidadas en un pendrive o en un disco externo que estaba bajo custodia de alguien que ya no trabaja en lugar. Si las imágenes llegaron a un sitio web, probablemente ese sitio no tiene un diseño amigable —ni mucho menos responsivo—, y con suerte ofrezca funciones de catálogo y exploración. Y en los poquísimos casos en los que estas últimas condiciones se cumplen, probablemente no esté implementada un adecuada estrategia de backup, y cuando si lo esté, las otras condiciones no estarán cumplidas.
Algunos recordaran el hoy inaccesible Catálogo Acceder, que listaba y facilitaba el acceso a colecciones de cantidad de bibliotecas, archivos, museos, teatros y otras instituciones de la Ciudad. El Catálogo cosechaba las colecciones de las organizaciones, que no tenían por si mismas la capacidad para gestionarlas. Cambió una gestión municipal y el catálogo ya no está más. Las colecciones que digitalizó, tampoco. Quizás vuelvan. Pero el acceso a la cultura en la era digital no puede depender de los acuerdos entre empleados y funcionarios públicos.
Otros recordarán quizás los proyectos CONAR y Memorar de Nación, que listan los objetos de museos y los documentos de archivos en la órbita del Ministerio de Cultura. Memorar esconde su buscador atrás de un CAPTCHA que con suerte funciona, y no ofrece una interfaz de exploración. El CONAR ofrece una interfaz de exploración, pero la disponibilidad de información es escasa, las imágenes mayormente nulas, el diseño mejor no mencionarlo.
En Argentina el mejor catálogo en línea lo tiene Mercadolibre, y no hacen falta más que un programador y un diseñador web bien pagos para tener uno similar. El acceso a la cultura en la era digital no puede manejar tecnología obsoleta.
La única Biblioteca Digital Argentina que, sorprendentemente, ha sobrevivido desde su gestación, es la de Clarín, que ofrece textos de literatura argentina en Dominio Público desde hace más de una década. Este dato puede ser curioso y al enunciarlo suene trivial: quizás la cultura argentina tenga más enemigos dentro del estado que fuera de él.
La opción correcta hoy para hacer disponibles las colecciones en Dominio Público en formato digital es por la tecnología abierta, por el fortalecimiento tecnológico de las organizaciones pequeñas y medianas que conservan esas colecciones y por la cooperación técnica entre las organizaciones que usan esa tecnología. No por grandes silos de fotografías y fichas catalográficas. No por tecnología privativa y dependencia de proveedores externos.
La opción por una Biblioteca Pública Digital Argentina hoy es la punta de lanza de una lucha por el acceso a la cultura que encuentra en leyes draconianas de propiedad intelectual su mayor amenaza. El modo en el que las instituciones públicas manejen el acceso a sus colecciones definirá en gran medida el resultado de esta disputa.
Este texto es un copypaste del original publicado aquí