Bienvenidos al Dominio Público: Boas y Malinowski
Queremos saber si usted ha venido a detener nuestros bailes y fiestas, como tratan de hacer los misioneros y agentes que viven entre nuestros vecinos. No queremos tener alguien aquí que pueda interferir con nuestras costumbres. El agente del hombre blanco nos dijo que iba a enviar un hombre-de-la-guerra si continuamos haciendo lo que nuestros abuelos y bisabuelos han hecho. […] Hacemos una fiesta cuando nuestros corazones desean festejar, y danzamos cuando nuestras leyes nos ordenan danzar. ¿Le decimos al hombre blanco “haz lo que el indio hace”? No, no lo hacemos. Entonces ¿Por qué ellos nos dicen “Haz lo que el hombre blanco hace”? Nuestra ley es una ley estricta que nos ordena danzar. Una ley estricta que nos ordena distribuir nuestros bienes entre nuestros amigos y vecinos. Es una buena ley. Que el hombre blanco cumpla con su ley, nosotros vamos a cumplir con la nuestra. Pero si usted viene a nosotros a prohibir nuestra danza, váyase. Si no, usted será bienvenido para nosotros.
Así transcribía Franz Boas en un artículo publicado en Popular Science en 1888, los dichos del jefe O’wax̱a̱laga̱lis de la tribu Kwagu’ł, ubicada en el noroeste norteamericano. El jefe se refería a un festival nativo conocido como Potlatch que Boas se encargó de documentar. El festejo tiene una finalidad ritual, pero también económica: es una forma de redistribuir bienes desde los clanes que fueron más prósperos, hacia aquellos que tuvieron menos suerte esa temporada. Una forma de intercambio gobernada por valores muy diferentes a la “economia de mercado” que generalmente conoce el hombre blanco. En el Potlatch lo que otorga prestigio y reconocimiento social es la capacidad de regalar bienes a los demás, no la habilidad para acumular y llevarse la mayor ganancia. Tanto el gobierno canadiense como el estadounidense consideraron que se trataba de una “costumbre completamente inútil”, un desperdicio, una ceremonia improductiva y “contraria a los valores civilizados” y se esforzaron por prohibir semejante herejia económica durante un tiempo.
En el Potlatch los Kwakiutl se regalan bienes entre clanes, practicando una verdadera “economía del don”.
El Kula, conocido también como circuito kula, es un intercambio ceremonial que realizan dieciocho comunidades isleñas del archipiélago de Massim en el pacífico occidental e involucra a miles de individuos. Básicamente se intercambian dos bienes simbólicos: pulseras y gargantillas hechas de conchas marinas (llamados soulava y mwalli). Es decir si se recibe un brazalete se debe entregar un collar, pero el valor de los objetos no está establecido, se trata de un regalo y cada cual determina como se debe “devolver el favor”. No hay lugar para el regateo. Como en el Potlatch se trata de dar y obtener prestigio y reputación, y mantener la paz con los clanes vecinos. El Kula fue el principal objeto de estudio de un trabajo etnográfico publicado en 1922, que con los años se convirtió en todo un clásico —excediendo el campo de la antropología— y le otorgó fama universal a su autor: “Los argonautas del Pacífico Occidental”, de Bronislaw Malinowski. El libro fue el producto de una larga convivencia del antropólogo con los nativos de la islas Trobriand.
Esta clase de trabajos de campo pioneros, sobre rituales como el “Potlatch” y el “Kula”, fueron los disparadores del “Ensayo sobre el don” de Marcel Mauss en 1925, que a su vez dio origen a una serie de investigaciones sobre la “economia del regalo” (que llegan hasta un tal Eric S. Raymond en los 90), donde se estudia cómo funcionan los sistemas de intercambio y prestigio social basados en el don, la solidaridad y la reciprocidad. Cuando se analizan ciertas dinámicas sociales relacionadas con el uso de TICs, como las comunidades colaborativas de software libre, las redes de intercambio P2P o las comunidades “DIY”, existe un inesperado hilo conductor que pone en contacto los rituales, costumbres y valores de las tribus online del nuevo milenio, y los arcaicos clanes de cazadores-recolectores estudiados por Boas y Malinowski a principios de siglo. Nuestros simbólicos soulava y mwalli, quizás se llamen “atribución”, “copyleft” o “GPL” y nuestros bienes económicos para regalar: código y conocimiento. Pasó más de un siglo desde que las obsoletas corrientes “evolucionistas” plantearan que la “evolución cultural” se daba en el sentido salvajismo/barbarie/civilización, pero parece que con internet —para regocijo de Boas, es probable— estamos retornando a las civilizadas prácticas y valores del salvajismo: el ganador es quien más regala.
Padres antropológicos
Franz Boas posando como la “danza canibal” de los indios Kwaklutl, durante una exhibición en el National Museum of Natural History, en 1895 o antes [fuente]
En 1883, luego de caminar un día completo por la nieve, con hambre, 46 grados bajo cero y perdido en medio del ártico, Boas comprendió el sacrificio científico que implicaba realizar “trabajo de campo”. Estaba en las Islas Baffin (cerca de Groenlandia) estudiando patrones de migración de las tribus Inut. Boas había llegado hasta aquel remoto territorio en calidad de geógrafo desde Alemania, su país natal, donde también se había formado como físico. Pero de ahí en adelante lo suyo será la antropología, y su lugar en el mundo no será Europa sino Estados Unidos, donde “inventó” la disciplina y formó e influyó sobre toda una generación de antropólogos. Boas consideraba que se podía conocer una cultura analizando su mitología y costumbres, religión, tabúes sociales, costumbres matrimoniales, apariencia física, dietas, artesanías, etc. Su formación en ciencias duras lo llevó a desarrollar una metodología rigurosa para realizar este análisis, pero para conseguir la materia prima necesaria era imperativo que el investigador fuese al campo, aprendiera el idioma y se sumergiera durante un tiempo considerable en esa cultura. Tanto se sumergió que son célebres los retratos de Boas recreando las poses y costumbres de los nativos que había estudiado, realizados cual “performance” en exposiciones y museos.
Malinowski con nativos de las islas Trobriand, en el pacífico occidental
Al otro lado del atlántico y con un punto de vista similar, Bronislaw Malinowski, formardo como físico y matemático en su Polonia natal, se fue a Londres a doctorarse en antropología y terminó unos años después navegando en una canoa por el pacífico junto a los nativos de las islas Trobriand, donde desarrolló una metodología de trabajo etnográfico llamada “de observador participante”. Todo cambió para los antropólogos desde entonces. Para la época muy pocos se aventuraban a realizar trabajo de campo y cuando lo hacían, era por breves períodos y sin una metodología consistente. Según Malinowski, el investigador debía convivir con el sujeto estudiado, para lo cual era indispensable socializar con el grupo y dejar de ser visto como un elemento extraño en el, de tal manera que los actos de las personas sean totalmente naturales tal como se realizarían sin la presencia del observador, quien debe ser tomado como parte integrante del grupo
, para finalmente conseguir captar el punto de vista del indígena, su posición ante la vida, comprender su visión de su mundo
(no preguntaré cuan estrictamente aplicó su método para escribir “The Sexual Life of Savages in North-Western Melanesia”. Tanto se interesó por su técnica de trabajo, que Malinowski murió de un ataque cardíaco mientras se preparaba para dirigir un trabajo de campo en Oaxaca, México, apenas cumplidos los 58 años.
Para diciembre de ese mismo año, Franz Boas, de 82 años era ya toda una eminencia antropológica. La leyenda cuenta que durante un brindis, Boas se levantó, alzó su copa y cayó muerto en los brazos de un joven colega de 34 años que estaba a su lado. Algunos años después, ese joven publicaría nada menos que “Las estructuras elementales del parentesco”. Su nombre era Claude Lévi-Strauss.
Franz Boas, los Kwakiutl y la inoperancia macrista
Tanto negarse a dar como olvidarse de invitar o negarse a aceptar, equivale a declarar la guerra, pues es negar la alianza y la comunión
, afirma Mauss, sobre el Potlatch. Un juego de intercambio de dones, al estilo Kwakiutl ocurrió en Buenos Aires en 1964, cuando el gobierno de Canadá a través de su embajada, donó un tótem Kwakiutl al municipio porteño. Fue en agradecimiento por haber nombrado Plaza Canadá a una plaza ubicada frente a la Estación Retiro. El monumento tallado por artesanos Kwakiutl, medía 21,5 metros de altura, un metro de diámetro y cuatro toneladas de peso. Llegó en barco desde Canadá y el 6 de marzo de 1964 fue emplazado en la Plaza Canadá, con la presencia de autoridades canadienses y argentinas.
Pero el hombre blanco poco entiende de dones y mucho de economía de mercado… en febrero del 2008 el Ministro de Cultura Hernán Lombardi decide derribarlo, poniendo como excusa su restauración. El poste no fue desenterrado —como indica el manual— sino que en una muestra de macrista practicidad y brutal ignorancia, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires ordenó talar el tótem a ras del piso con una motosierra, perdiendo así toda posibilidad de arreglo. El monumento quedó en la plaza, tapado con una carpa durante una semana. Finalmente fue aserrado en pedazos para transladarlo a una dependencia de la Dirección de Monumentos y Obras de Arte de la Ciudad. Para el 2012 los trozos del monumento permanecían a la intemperie en un playón del municipio. El actual director del área de monumentos porteño declaró: Lamentablemente eso fue lo que hicieron con el tótem…
Quizás la administración macrista en el fondo adhiere a aquella vieja escuela antropológica evolucionista rechazada por Boas, para la cual el tótem Kwakiutl no es más que un curioso vestigio de aquella primitiva barbarie indígena, aún lejana de los elevados valores de la civilización. Sin embargo en una muestra de arcaica generosidad Stan Hunt, perteneciente a la comunidad Kwakiutl e hijo del artista que había tallado el tótem destruido, accedió a realizar uno nuevo, bastante más pequeño, que junto con las autoridades canadienses se emplazó nuevamente en la misma Plaza Canadá, en agosto de 2012. Esperemos que con el doble don, “la buena ley” de la que hablaba el jefe O’wax̱a̱laga̱lis, comience a ser comprendida por el hombre blanco…
Más info en “blogmatico” y wikipedia.
El ministro Lombardi junto al Totem Kwakiutl “talado” y posteriormente aserrado en pedazos “para su restauración”. A la derecha, el nuevo totem más pequeño, de una nueva y reciente donación.