La Bestia Negra de Silicon Valley y las Ciudades Inteligentes

Evgeny MorozovEvgeny Morozov [fuente]

Actualmente la eficacia urbana depende no sólo de la infraestructura física («capital físico») con la cual esté provista la ciudad, sino también, y cada vez más, de la disponibilidad y calidad de la comunicación del conocimiento y de la infraestructura social («capital intelectual» y «capital social»). Esta última forma de capital es decisiva para la competitividad urbana. Es en este contexto es que el termino «ciudad inteligente» se ha introducido como un concepto estratégico para abarcar los factores de producción urbana moderna en un marco común de análisis y para poner en relieve la creciente importancia de las Tecnologías de Información y Comunicación (TICs), y del capital social y ambiental, en los perfiles la competitividad de las ciudades.”

«Smart City», de la Wikipedia en inglés

Hay que decir que la pluma de Evgeny Morozov se deja tentar fácilmente por el sarcasmo, cierta arrogancia y alguna pretensión literaria. Puede ser el deleite de algunos (nos incluimos), pero también conspira contra la posibilidad de que sus ideas lleguen al gran público (geek). Esta semana Morozov inauguró el ciclo ‘Ciudad abierta’ en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona con una conferencia que generó gran expectativa —según cuenta Bernat Puigtobella en ésta reseña. El artículo (en catalán) resulta ser un ameno pantallazo sobre las alertas que Morozov suele realizar acerca del transfondo neoliberal que impregna sutilmente el discurso de Sillicon Valley cuando fundamenta sus “soluciones”, por lo general adoptadas acríticamente por derecha e izquierda, camufladas en el mantra neutral de la tecnología:


Evgeny Morozov: ‘Quizás sea la hora de nacionalizar Facebook y Google’

por Bernat Puigtobella (traducido del catalán por derechoaleer*)

Según Morozov, las grandes empresas TIC nos han querido hacer creer que el cambio de paradigma que estamos viviendo es eminentemente tecnológico, pero obvian que es también político. La Internet de las Cosas será pronto una realidad que nos hará la vida más fácil, pero que también obligará a los ciudadanos a aprender unas nuevas normas de conducta. “Se nos presenta la tecnología como una vía de generar innovación, pero en realidad es una manera de generar nuevos hábitos en el ciudadano, que debe ser reformado para adaptarse a unos cambios. En lugar de regular las empresas y los políticos, el ciudadano debe doblegarse a unas nuevas normas que al final podrían beneficiar sólo a cuatro grandes empresas”, afirmaba Morozov el lunes en el CCCB.

Al hype por las apps y la revolución digital, Morozov ha respondido con dos libros (‘The Net Delusion’ y ‘To Save Everything Click Here’) que han tenido mucho eco y que son una llamada a cierta desobediencia civil. “Los ciudadanos debemos resistir al concepto de «smart city», que en el fondo promueve una agenda ideológica orientada a maximizar la eficiencia por encima de valores como la convivencia o la libertad de los individuos. Un forastero que llega a una ciudad no tiene por qué integrarse inmediatamente en un circuito de sensores que le obliguen a geolocalizar y identificarse”. Morozov viene a decir que una ciudad puede ser perfectamente abierta y acogedora sin que ello obligue al visitante a identificarse en cada esquina. Esta concepción implicaría perder algunos valores que han definido las ciudades desde siempre, como la libertad y un cierto desorden que vale la pena preservar.

Lo que está en crisis es el mismo concepto de participación, en riesgo de ser pervertido por un ímpetu tecnológico que obliga ciudadanos y sensores a sincronizarse. La democracia implica por sí misma una participación. Mediante el derecho a voto le hacemos saber a la comunidad lo que queremos. En el caso de las nuevas tecnologías, el ciudadano revela quién es en el mismo acto de participar. Continuamente aporta datos sobre sus hábitos y comportamientos que eventualmente podrán ser costumizados para convertirlo en un consumidor o, en el peor de los casos, en un ciudadano sospechoso ante la policía o una compañía de seguros. La participación es, pues, un arma de doble filo. Nuestro voto es secreto, pero en las redes sociales exponemos nuestra intimidad sin ninguna garantía de privacidad.

Morozov, nacido en Bielorrusia y por tanto sensible a los totalitarismos, alertaba como podríamos pasar imperceptiblemente del estado totalitario a las smart city, un espacio urbano cosido de censores hipervigilantes. Morozov señala que para encontrar el primer caso de uso de bases de datos para controlar la población habría que remontarse a finales de los años 60. Entonces, ya se habían hecho experimentos para detectar en qué lugares se podrían producir disturbios. “Ahora, gracias a la proliferación de sensores, la policía pronto podrá predecir e incluso abortar las protestas justo en el momento en que son convocadas”. Al final, la desobediencia civil será impracticable, concluye Morozov, que explicaba cómo el gobierno ucraniano ha intentado intimidar a los disidentes con SMS a los móviles. Un ciudadano con un historial transgresor no podrá sobrevivir un segundo en esos entornos urbanos.

La cartografía digital permite detectar también lo que no queremos ver. Morozov exponía un ejemplo aterrador: en San Francisco, las élites de Silicon Valley han planteado incluso una perversa app que permitiría circular por las calles de la ciudad sin tener que encontrar en ningún momento un homeless. Con la ayuda de google glass, conectada a una red de censores, podríamos ahorrarnos el desagradable encuentro con alguien que nos extendiera la mano para pedir caridad.

Morozov denuncia así una tecnología orientada a la supresión de conflictos, que no deja espacio la manifestación del desorden o la disidencia. Los servicios secretos estadounidenses siguen los facebooks de los adolescentes de Arabia Saudí con la esperanza de detectar, mediante la gestión de grandes cantidades de datos, qué jóvenes tienen el perfil más peligroso y así detectar los futuros terroristas a tiempo. “No se dan cuenta, en cambio, que si estos jóvenes son tan anti-estadounidenses y tan fácilmente adoctrinables por yihadistas es porque han visto las atrocidades que los Estados Unidos han perpetrado en Medio Oriente”.

Ciudades Inteligentes

The city of 2050The city of 2050, infografía de la BBC

La smart city se ha planteado como un marco inevitable, denuncia Morozov. Ahora mismo hay tanta euforia con las apps y los smartphones que es casi imposible plantearse dudas. Morozov no pide volver a la edad analógica sino cambiar la lógica con la cual nos estamos entregando a las grandes empresas TIC. Ahora mismo la agenda de las smart cities no fomenta la apertura sino el provecho de grandes empresas como Microsoft o Cisco, que sobre infraestructuras TIC pagadas con dinero público instalan sus programas y captan datos que escapan al control de los ciudadanos. En lugar de sucumbir a la lógica del provecho y la eficiencia, los gobiernos de las ciudades deberían poner estas infraestructuras al servicio de los ciudadanos. En una de sus últimas intervenciones, durante el turno de preguntas, Morozov llegó a plantear la necesidad de nacionalizar Facebook o Google, empresas que han vendido grandes cantidades de información a los servicios secretos estadounidenses, tal y como ha denunciado Edward Snowden. Google o Facebook han almacenado grandes cantidades de información que nos pertenecen a todos, y no sería un disparate des-privatizarlos, cómo se hizo en su momento con el agua o la luz.

Morozov lamenta que como resultado de todo aquello, nuestra imaginación política se va haciendo cada vez más estrecha, en lugar de abrirse. El ciudadano debe sentirse responsable de lo que hace y vivir de acuerdo con unos valores compartidos. Morozov ponía un último ejemplo al referirse a la ciudad de Vancouver, una de las urbes con más perros per cápita y donde prácticamente no ves ninguna cagada por la calle, porque los ciudadanos tienen el decoro y la disciplina de recoger los excrementos de sus animales. “La aproximación de Silicon Valley a este milagro sería colocar sensores y crear una «app» que te diera incentivos, puntos y premios cada vez que recoges la caca de tu perro, y penalizaciones en caso de negligencia. ¿Por qué? Pues porque en Silicon Valley las soluciones consisten en venderte tecnología”, decía Morozov haciendo un poco de caricatura. “Esto supone introducir incentivos de mercado en áreas en las que la gente se movía por convicción y civismo. Detrás de este afán de dejarse regular por la tecnología, hay también la premisa de que nuestra convivencia se podría autorregular gracias a la sincronía tecnológica, con la misma ‘eficacia’ con la que hasta hace poco se autorregulaban los mercados. Ya hemos visto, sin embargo, donde nos ha llevado esta falsa ilusión”.

El riesgo no se evita sólo con predicciones basadas únicamente en datos. La vida urbana debe tener margen para el desorden y la imaginación. La smart city no puede erigirse sobre un imperativo tecnológico, sino un proyecto que tenemos que crear entre todos, pensando en el bien común y no en el beneficio de las grandes empresas de Silicon Valley.

En definitiva, como ciudadanos, no podemos rendirnos a la lógica con que nos hacen bailar los algoritmos de un software predictivo. Es urgente un cambio de mentalidad para introducir la dimensión política en todas estas transformaciones que nos son presentadas como tecnológicas pero que en realidad son políticas y deben integrarse en la acción ciudadana.

Notas

(*) las negritas fueron agregadas en la traducción


El SMS enviado por el gobierno de Ucrania a los manifestantes decía “Estimado suscriptor, usted está registrado como partícipe en un disturbio masivo”. Leer más en: “Maybe the Most Orwellian Text Message a Government’s Ever Sent”


Según la Ley de Poe es imposible distinguir entre una postura extrema y la parodia de esa misma postura. Según Oscar Wilde la realidad imita al arte:

  • El “GPSS” de Micky Vainilla: