Si apareciera alegando que los ladrones de bancos pueden siempre escapar en vehículos con ruedas y preguntara: «¿Qué, acaso no podemos hacer algo al respecto?», la respuesta sería «No». Ello es porque no sabemos cómo hacer una rueda que sea ampliamente útil para usos legítimos de la red, pero inútil para los malos.Cory Doctorow en el Chaos Computer Congress
La presión de Sillicon Valley y la de Hollywood enfrentadas y combinadas, seguramente pusieron en un dilema a Barack Obama, ambos sectores son igualmente necesarios en la campaña: el apoyo de las figuras populares del espectáculo por un lado, y el uso intensivo de las plataformas sociales de la red por otro. La amenaza real de que la tensión tradicional se transformase en guerra nuclear, llevó a Obama a enfriar la SOPA: Cualquier esfuerzo por combatir la piratería en Internet debe protegerse contra el riesgo de la censura y no debe inhibir la innovación de nuestras dinámicas empresas. Debemos evitar alterar la arquitectura subyacente de la red, dijo la Casa Blanca en un comunicado firmado incluso por Victoria Espinel, la “zarina del copyright” del gobierno demócrata, marcando un giro en su postura de alineamiento incondicional con bloque analógico.
“Rogue Sites”
Pero SOPA es sólo una de las leyes que actualmente circulan por Washington. La última arremetida comenzó con COICA, proyecto que se desinfló, pero que renació en PROTECT-IP/PIPA, E-PARASITES y SOPA, luego del fuerte lobby ejercido sobre políticos y gobierno por parte de la industria. Hollywood está en una cruzada irracional contra los “rogue sites”, los sitios “deshonestos” que incluyen enlaces a contenidos que la industria desea que no sean enlazados: es el nuevo fantasma que va a terminar definitivamente con el cine o la música, tal como lo hizo el VHS o Napster…
Hana Beshara, conocida como La Reina en la comunidad de NinjaVideo, por ser su fundadora. El sitio fue calificado como “rogue site” por el Departamento de Seguridad Nacional. Fue condenada a casi dos años de cárcel, a pesar de que NinjaVideo no alojaba audio o video, sólo enlaces. Con el secuestro del dominio se dieron de baja también los foros, blogs, y contenidos que mantenían los usuarios de su comunidad. Sin embargo, para la industria no es suficiente.
China, Irán y Siria
Quizás inspirándose en las nefastas declaraciones de Bono, el cantante de U2, sobre cómo China podría ser un buen ejemplo de bloqueo contra la “piratería”: conocemos de los nobles esfuerzos de América por detener la pornografía infantil, sin mencionar los innobles esfuerzos de China por suprimir la disidencia, esto es perfectamente aplicable para monitorear contenido. En efecto, la industria advirtió el hecho de que tanto Irán, China o Siria censuraban eficazmente internet, y su red seguía funcionando, entonces ¡cómo no importar ese modelo a Estados Unidos!
Sabotaje legal a la red
Luego del repliegue de ayer, el consenso en Washington parece decir “el sistema de bloqueo por DNS es algo exagerado” porque entre otras cosas ilegalizaría los esfuerzos del propio gobierno por prevenir ciberataques y fraudes en su territorio. La cuestión es así: el sistema de DNS, que conecta cada IP con un nombre de dominio fue diseñado hace décadas, cuando palabras como phishing o spoofing todavía no se habían inventado o la perspectiva de una “ciberguerra” era inimaginable. Sin embargo, en 2012, esa posibilidad ya no es remota: un ataque masivo a los servidores DNS puede dejar fuera de combate toda la red: el sabotaje se produce “en el medio” del camino entre el usuario y el sitio de destino, sin que nadie pueda detectarlo. La respuesta fue DNSSEC, una serie de extensiones para los servidores DNS que hacen más robusto el sistema. El Gobierno Federal estaba tan interesado en el asunto que puso a colaborar al Departamento de Seguridad Nacional en su desarollo (paradójicamente la misma repartición que está atrás de la persecución a los “rogue sites”, y la elaboración de SOPA).
Como dice Doctorow, este es el comienzo de la lucha, no el final. Y eso puede aplicarse aquí: manosear los DNS es como legislar una regulación que obligue a los fabricantes de ruedas a hacerlas cuadradas, así los ladrones de bancos no podrán escapar. Lamentablemente otros aspectos menos evidentes no generan las mismas alertas: en 1998 La “Mickey Mouse Copyright Act” prácticamente terminó con el dominio público en Estados Unidos, un daño grave, pero que pasa inadvertido para la mayoría.
Después de COICA, tanto el ejecutivo como el Senado nortemericano impulsaron proyectos más audaces: PROTECT-IP y e-PARASITES, el primero pasó a llamarse PIPA y está en el senado, el segundo SOPA y está en la cámara de representantes (diputados). SOPA cayó, pero atención, la idea de bloquear sitios en buscadores, penalizar los enlaces, secuestrar los dominios, darlos de baja en el hosting o quitarles la fuente de ingresos, sigue en pie, el intento tan rudimentario de legislar sobre DNS es, en verdad, un detalle pintoresco: hay muchas otras ruedas que intentarán convertir en cuadrados, con consecuencias igual de peligrosas.
Pero la noticia no escandalizó como debiera, porque llegó junto con otro tanque legal digital: el gobierno de Rajoy decidió transformar el canon digital en un “canon universal”. Ahora un monto del erario público español será destinado directamente a la arcas de la SGAE y demás gestoras a modo de “compensación”, por el uso generalizado que la población hace de la tecnología. Es paradójico que el canon digital haya sido herido de muerte en el tribunal europeo por “indiscriminado”, y que la “solución” encontrada por el Partido Popular sea universalizarlo a través de un subsidio (aunque otro universalizado fue el aún más controversial canon a las bibliotecas, que siguió ese camino, lo pagan las administraciones.
Sin embargo, la solución tampoco conformó a la SGAE, porque el monto resultará ser la mitad de lo antes recibido, y porque perdió su poder recaudador en ese área. Pero lo más grave del asunto es que ahora, transformado llanamente en subsidio, el nuevo sistema implica una transferencia directa de fondos públicos a privados, que será repartido entre el “star system” y las discográficas, más que entre músicos y autores en general: sólo un mínimo porcentaje de los artistas asociados a las gestoras colectivas, cobra algún monto significativo por regalías, por ejemplo: el 50% de los socios de SGAE nunca ha cobrado un centavo y el 1,73% se lleva el 75% de lo recaudado. Para resumir, un subsidio público a los millonarios. Dinero de impuestos para alimetar principalmente los bolsillos de Alejandro Sanz, Madonna o los directivos de la SGAE, pero para las bibliotecas, nada: entre los ajustados de Rajoy, están las bibliotecas públicas españolas. A eso le llamo yo coherencia.
Varias noticias copyfight de diciembre (sin sopa, eso sí), desde Suiza, Holanda, la Unión Europea, Brasil, Canadá, que dieron vuelta la blogófera y se nos quedaron en el tintero…
Unión Europea: prohibido filtrar
A finales de noviembre se produjo un fallo ejemplar del Tribunal de Justicia Europeo: El fin no justifica los medios. En el caso de Scarlet vs. SABAM (la proveedora de conexión a internet y la gestora colectiva, ambas de Bélgica), había una condena en primera instancia que obligaba a la teleoperadora a la instalación de un sistema de filtrado para detectar y neutralizar “violaciones del copyright” a través de programas P2P. Según informa Publico.es el fallo dictamina que ningún Gobierno de la Unión Europea puede obligar a una compañía que suministre conexión a Internet a que vigile qué comparten sus clientes en redes de intercambio peer to peer. El tribunal recordó que las reglas comunitarias establecen «la prohibición» de luchar contra las violaciones de derechos de autor a través de «medidas que obliguen a un proveedor de acceso a Internet a proceder a una supervisión general de los datos que transmita en su red».
ACTA pasa el Consejo Europeo
Mezclados en un mismo paquete con regulaciones pesqueras (!), el Consejo de la Unión Europea (algo así como una institución intermedia entre la Comisión Europea, y el Parlamento Europeo) dió luz verde al ACTA, el tratado internacional que pretende establecer un duro estándar represivo en lo relativo a propiedad intelectual (desde medicamentos, hasta intercambio de archivos). ACTA se pasó debajo de una pila de documentos relacionados con flotas pesqueras, pesca y comercio agropecuario, observa Geraldine Juárez en ALT1040, Cualquier similitud entre las leyes de propiedad intelectual y el pescado, no es coincidencia. Ambos apestan cuando salen a la superficie… Habrá que ver ahora qué dice el parlamento.
Suiza, sí al P2P
A principios de diciembre, sorprendió una noticia proveniente de Suiza: las descargas e intercambio de música y películas por internet debe seguir siendo legales, en ese país —y no deberían aprobarse leyes que intenten reprimir esta práctica. Según un estudio encargado por el Consejo de los Estados (la Cámara Alta de Suiza), concluye que el intercambio en internet no provoca pérdidas a la industria (comprueba con datos que no ha disminuído el dinero que el público destina a gastar en entretenimiento, incluso en el segmento que más descarga), que es la industria la que debe adapatarse a las nuevos medios y no a la inversa, y que poner en práctica medidas en contra de este “problema” (que implícitamente admite como inexistente) afecta los derechos ciudadanos, la privacidad y el acceso a la cultura y el conocimiento, además de requerir una infraestructura legal y técnica bastante costosa, y probadamente ineficiente.
Este 18 de enero Derecho a Leer cierra su sitio web adhiriendo al apagón de internet, en protesta contra SOPApropuesto desde el sitio reddit.com. (El 23 hay un segundo apagón en marcha).
SOPA es un proyecto de ley que puede aprobarse el 24 de enero en el Congreso de Estados Unidos, y que establecerá un gigantesco firewall de censura en ese país, pero que afectará a todo internet, limitando la libertad de expresión, el acceso a la información y perjudicando particularmente a las comunidades colaborativas, como Wikipedia.
Corre el rumor de que varias grandes empresas de internet, como Google, Facebook o Paypal (a las cuales esta ley perjudicará en su operatoria), se unirían en un apagón el 23 de enero, es muy valioso el impacto que puede tener esa iniciativa y ojalá se concrete, pero debemos entender que lo importante es que sean los usuarios, más que las empresas, los que hagan sentir su voz de protesta, no se trata de intereses económicos, ¡se trata de nuestros derechos!.
Paris, 1920. James Joyce junto a la editora Sylvia Beach. afuera de la librería “Shakespeare and Company” en Rue de l’Odeon.[fuente]
Suele alimentarse el mito de que el derecho de autor es el principal medio de subsistencia económica de los “creadores”. Lejos de esa afirmación interesada, el hecho es más bien una excepción, en particular, si nos referimos al campo literario. Los escritores célebres no escapan a la regla, y James Joyce, quizá el escritor más importante del siglo XX, seguramente habría quedado fascinado por un invento como internet. Y no estamos especulando aquí con las implicancias estéticas y conceptuales del hiperenlace, sino con algo mucho más prosaico: las posibilidad de eludir la censura y de publicar fácilmente.
Crowdfunding
Siete años le llevó a Joyce escribir el Ulises. Para 1921 ya lo tenía terminado y era un escritor reconocido entre el círculo modernista. Sin embargo Joyce y su familia solían pasar penurias económicas por esos años. Los recursos monetarios que le permitían dedicar tiempo a escribir no provenían de la industria editorial: el escritor trabajaba dando clases y escribiendo artículos para revistas, además de recibir ayuda económica de sus amigos y familiares. “Las ventas han caído en picado desde el inicio de la guerra” le respondía el editor de “Dublineses”… respuesta imposible de corroborar para el autor, como es sabido.
En contraste, un “benefactor anónimo” decidió ingresar la cantidad de mil francos mensuales a sus cuentas, durante 1918. No fue el único1. Como siempre, los interesados en que un autor escriba son los primeros en proporcionar apoyo financiero, aunque en ese grupo generalmente no están los editores, más bien los lectores. Cuando Joyce y su editora tuvieron al fin el libro listo para publicar, recurrieron a un viejo conocido para obtener financiación: el crowdfunding, y vendieron mil suscripciones2, antes de tener impreso el libro.
Este escritor, como diría Roberto Arlt, no disponía de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales, para poder escribir. La familia de Joyce —y toda Irlanda— habían quebrado antes de que James llegara a la adolescencia, y desde entonces, no tuvo más remedio que procurarse él mismo sus propios recursos para poder escribir: docente, empleado, periodista, su nomadismo por Europa también respondió a la necesidad de conseguir mejores ofertas laborales.
Joyce banned
Además de la falta de financiamiento, otro pertinaz perseguidor se ensañó con las obras de Joyce desde el inicio: la censura.
Ya con ‘Dublineses’, Joyce tuvo dificultades con los editores irlandeses y la censura. Luego, por años estuvo ofreciendo fragmentos del manuscrito del Ulises a decenas de editores, incluso a la ahora mítica “Hogarth Press” de Leonard y Virginia Woolf, que rechazó la oferta.
Las consecuencias de publicar un libro que pudiera ser considerado “obsceno”, en la década del 20, no se limitaban al escandalo de, por ejemplo, suspender una entrega de premios… Hasta el linotipista podía recibir sanciones serias, multas o la cárcel, por componer un texto considerado “indecente”. Este método para hacer efectiva la censura, castigando responsabilidades indirectas, sigue completamente vigente. El truco está en apuntar las amenazas legales a los eslabones menos comprometidos con la publicación del material sensible: desde el impresor al linotipista antes, al administrador de un foro o proveedor de internet ahora. Es muy probable que ninguno de esos actores estén dispuestos a correr los mismos riesgos que el autor, más visceralmente comprometido con la publicación de su propia obra.
La fallida publicación de Dublineses en Irlanda, es un buen ejemplo de la efectividad de esta estrategia:
[…] Durante su estancia en Dublín, Joyce hizo un último y desesperado esfuerzo para publicar Dublineses en Maunsel & Co. Aceptó a regañadientes eliminar «An Encounter», una historia sobre el ambiguo encuentro entre un escolar y un pederasta, y acordó con indemnizar al editor con el costo de la primera edición en caso de a ser incautada por la policía. Pero Georges Roberts, el cauteloso gerente Maunsel & Co., luego formuló una nueva serie de quejas en contra el libro: exigió a Joyce cambiar el primer párrafo de «Grace», tres párrafos de «Ivy Day», secciones de «The Boarding House», y cada nombre propio de las historias contenidas. Al recibir la furiosa negativa de Joyce a cumplir con estas demandas, Roberts le sugirió comprar las matrices de Dublineses por £50 e imprimirlo el mismo. Joyce aceptó la idea, pero el impresor de Roberts intervino, negándose a entregar matrices que contenían material tan difamatorio para Irlanda. Todo el asunto llegó a su conclusión el 11 de septiembre 1912, cuando el impresor sumariamente destruyó las planchas antes que Joyce pudiera reclamar. Desolado y furioso, Joyce salió de Irlanda esa misma noche, para no volver nunca.3
En realidad no soy yo quien está escribiendo este alocado libro. Es usted, y usted, y usted, y que el hombre de allí, y esa chica en la mesa de al ladoJames Joyce en una charla con Eugene Jolas
Aún antes de publicarse completo en París, en 1922, el Ulysses de James Joyce ya era un libro de culto. Muchos escritores de la elíte literaria de su época lo proclamaron como una obra maestra. El mismo Borges se declaró el primer aventurero hispánico que arribó al Ulises[^1] (en 1925) y admiró a Joyce desde muy joven, aunque, pareciera, sin entenderlo del todo… he de estimar y amar el divino ingenio de este caballero, tomando de él lo que entendiere con humildad, y admirando con veneración lo que no alcanzare a entender.
Lo advirtió con sarcasmo el mismo Joyce, en esta remanida cita he planteado tantos enigmas y quebraderos de cabeza [en Ulises] que tendré ocupados por siglos a los profesores, que discurrirán sobre todo lo que he querido decir[^2]. Todo parece indicar que lo consiguió: los académicos se encargaron de alimentar el rompecabezas con papers, ensayos y tesis de doctorado —a pesar de la inquina anti-académica de su inefable nieto— hasta conventirlo en la cumbre literaria del siglo XX en idioma inglés. Pero como toda cumbre que se precie, exige equipo de alta montaña.
Richard Bernstein, crítico del New York Times, escribió al comenzar el nuevo milenio: Ok, nunca he leído Ulises de principio a fin, pero por otra parte, no creo que haya nadie más, incluyendo la mayoría de los escritores y estudiosos que lo declararon el libro más importante del siglo en idioma inglés en la lista Modern Library del año pasado. He leído las primeras cien páginas por lo menos tres veces, y siempre quedo anhelando una historia, que por otra parte, nunca llega. En efecto, otro consenso, pero dicho por lo bajo, lo confiesan los mismos críticos y académicos: es el libro más tedioso y difícil de leer del siglo, una verdadera tortura. Aunque para ser precisos, Ulises es el segundo más tortuoso… algunos años después Joyce escribió un libro aún más críptico y caprichoso, el —literalmente— ilegible e intraducible “Finnegans Wake”, que sin dudas debe ocupar el primer lugar en ese podio. Pero volvamos a Ulises.
Como todos los 1º de Enero de cada año se celebra en todo el mundo el Día del Dominio Público, la fecha en la cual los autores muertos hace 70 años, ingresan al Dominio Público. Llamado “páramo”, o incluso “piratería legal” por los enemigos de la cultura, el dominio público es el acervo común de las obras que retornan al patrimonio colectivo. El concepto adquiere mayor relevancia, en la medida que las tecnologías digitales posibilitan que las obras en dominio público, puedan convertirse cabalmente en un recurso a ser masivamente socializado. Paradójicamente (o mejor dicho, por esa misma razón) las leyes y regulaciones lo limitan cada vez más, alejándolo con plazos más extensos y con capas insólitas de “derechos”:
La existencia de un dominio público rico y diverso es indispensable para la diversidad cultural y la libertad de expresión. La actual disponibilidad de tecnologías que permiten digitalizar obras en dominio público y ponerlas al alcance de la ciudadanía a través de sitios web especializados como Wikimedia Commons o los mismos sitios web de los museos y archivos que los custodian inaugura una serie de oportunidades nunca antes posible, pero pone sobre la mesa una larga serie de nuevos cuestionamientos que requieren análisis y debate. (Bea en “Digitalización del Dominio Público. Regulaciones y propuestas en relación al dominio público digital”.
Cuando Lawrence Lessig propuso, a comienzos de este nuevo milenio, un sistema de renovación y registro obligatorio de copyright en Estados Unidos, al precio simbólico de un dólar —conocida como la “Ley Eldred”— para solucionar el problema de las “obras huerfanas” (quiza el 99% de las obras), recibió una oposición frontal por parte de la industria que lo sorprendió ¿Por qué? ¿acaso no eran obras sin posibilidad de explotación comercial, que ya no le interesaban a nadie? la motivación profunda de la industria era aún más extremista que lo imaginado:
El esfuerzo para bloquear la Ley de Eldred es un esfuerzo para asegurar que el dominio público nunca será competencia, que no habrá ningún uso de contenidos que no esté comercialmente controlado, y que no habrá ningún uso comercial de contenidos que no exija su permiso primero. (Lawrence Lessig en “Cultura Libre”, Capítulo 14.
En efecto, no queda más remedio que recorrer Internet o la Wikipedia para redescubrir a la mayoría de los autores que entran a dominio público cada año, aunque hayan sido ampliamente reconocidos en su época. Luego de períodos de tiempo tan ridículamente extensos, apenas si quedan vestigios del tejido de citas culturales que lleguen hasta el presente. Sin duda, la industria se asegura que todo aquello que no esté fuera del circuito comercial, no circule, y no sea nunca competencia: para cuando se liberen sus derechos, ya serán olvido.
Aqui nuestro humilde esfuerzo para tratar de evitarlo.
constructivismo ruso. Cuando todo estaba por reinventarse en los tiempos heroicos de los soviets, Lissitzky adhirió plenamente a la corriente suprematista del pintor y teórico Kazimir Malévich, que colocaba a la vanguardia del arte, al servicio de la vanguardia de la revolución. Es el autor de “Golpead a los blancos con la cuña roja” una de las obras más emblemáticas del primer período de la revolución. Lissitzky enseñó en el Vkhutemas —la escuela rusa de diseño, hermana menos conocida de la célebre Bauhaus—, y fue una figura influyente de la mencionada escuela de diseño alemana y del movimiento De Stijl holandés. Por las extrañas vueltas de la remezcla y la reapropiación de estéticas, las formas características del constructivismo ruso empezaron a verse nuevamente en marcas, logotipos, tipografías y folletos publicitarios de los 80, bajo la influencia del punk y del diseñador inglés Neville Brody, pertinaz plagiador a conciencia de muchas obras constructvistas. Claro que a diferencia de los frívolos ‘80, la idea del diseño como herramienta para el cambio social, había quedado algo pasada de moda. Lissitzky murió de tuberculosis en Moscú, en 1941, continuando con su trabajo experimental, a pesar de Stalin y del realismo socialista.
“Las obras maestras no son nacimientos únicos y solitarios, sino que son el resultado de muchos años de pensamiento común, pensados por el conjunto del pueblo, por lo que la experiencia de la masa está detrás de la única voz.”[^1]
Hace setenta años, un frío y luminoso día de primavera, envuelta en su abrigo y ayudada por su bastón, la mujer salió de su casa y se dirigió hasta la orilla del río Ouse, llenó de piedras sus bolsillos y se arrojó al cauce de agua. Su cuerpo fue hallado casi un mes después. Dejó una carta dirigida a su esposo, que finalizaba diciendo No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros. La mujer se llamaba Virginia Woolf.
Desde joven, Virginia se lanzó a conocer el mundo a través de la inagotable biblioteca de su padre, el novelista, historiador, ensayista y alpinista Sir Leslie Stephen, y pasó el resto de su vida inmersa en el sofisticado ambiente literario e intelectual londinense. Su condición de mujer, le negó la educación formal que si recibieron sus hermanos.
Tras la muerte de su madre en 1895 y de su padre 9 años después, los Stephen —que eran varios hermanos— se mudaron a una casa ubicada en el barrio de Bloomsbury cerca del British Museum, lugar que se convirtió en centro de reunión de notables intelectuales, artistas y personajes de la época: John Keynes, Roger Fry o E. M. Forster eran algunos de los nombres que frecuentaban las veladas. Aunque el “Círculo de Bloomsbury” ganó notoriedad cuando algunos de sus miembros llevaron a la práctica el célebre “Dreadnought Hoax” que puso en ridículo a la armada británica, consiguiendo que su buque insignia, el acorazado H.M.S. Dreadnought, fuese presentado con toda pompa y protocolo ¡a una supuesta delegación de miembros de la realeza de “Abisinia” que sólo pronunciaban las palabras “Bunga-Bunga!. Entre los disfrazados estaba Virginia y su hermano Adrian.
La primera de la izquierda, Virginia Woolf disfrazada como un miembro de la realeza de la falsa delegación de Abisinia (al centro su hermano Adrian), que puso en ridículo a la Armada Británica [fuente imagen]
De las tertulias también participaba el escritor Leonard Woolf, con quien Virginia contrajo matrimonio en 1912, y estuvo casada hasta el día de su muerte.
Junto con Joyce o Proust, Virginia Woolf se convirtió en una de las figuras más relevantes de la narrativa modernista. En “Orlando” —su novela más popular, inspirada y dedicada a su amante, la poetisa Vita Sackville-West— desafía con audacia el corset victoriano contra el cual el modernismo se rebelaba. Liberándose de prejuicios y tabúes, la autora hizo que su protagonista cambie de sexo y mantenga relaciones con hombres y mujeres, a través de 500 años de historia inglesa. En el medio se burla de la moda, de las tertulias como las que ella misma organizaba, o de la literatura y de los escritores. Y todo escrito por una recatada y sensata mujer de la clase acomodada londinense…
Me llegaron dos regalos navideños esta semana, el primero material, está en la foto de ahi arriba (aunque no corresponde abrir tu regalo un dia antes no?)
[…] Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: «qué bueno, cuánta gente me lee». Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: «qué espanto, cuánta gente no me compra».
El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.
El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.
Dicho de otro modo: no es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a ustedes, porque es divertido: […]
Pablo Soto luego del fallo del juzgado de Madrid, que lo absuelve por crear software P2P, y condena a las discográficas a pagar los costos del juicio [foto El Mundo].
Sin embargo, si en el caso de Cuevana las demandas judiciales intentan adjudicarles responsabilidades como dueños del catálogo (porque todo el mundo los visita para saber donde están las obras), hay implicaciones más extremas, como la que se estuvo debatiendo en los tribunales españoles por los últimos cuatro años: no sobre la responsabilidad de los dueños de los catálogos, sino sobre la responsabilidad de… el fabricante del mueble que sirve como catálogo.
El peligroso oficio de la innovación
Pablo Soto es un programador autodidacta que se puso delante del ordenador por primera vez a los nueve años. Entre sus desarrollos y emprendimientos se encontraban aplicaciones y protocolos que permitían el intercambio de archivos entre usuarios. Si bien el programa ofrecido por Soto es neutro, en el sentido que no condiciona ni incentiva su uso dependiendo de la autoría que tengan las obras y sólo ofrece una herramienta de comunicación entre privados, Sony, Warner, Universal, EMI, y PROMUSICAEopinaron diferente y consideraron que Soto debía ser responsabilizado por el uso que se hacía de su programa: lo demandaron por 13 millones de euros.
Despues de años de proceso judicial, y de un vergonzoso intento de estigmatización por parte de la industria, hasta llegar al extremo de utilizar su enfermedad para atacarlo (Pablo tiene distrofia muscular), el Juzgado de lo Mercantil nº 4 de Madrid desestimó íntegramente la demanda y condenó a pagar las costas a la parte demandante, en una sentencia historica para el P2P en España. El caso se suma a la jurisprudencia mundial sobre la responsabilidad de los desarrolladores de aplicaciones P2P por el uso que se hagan de sus programas, como antecedentes existen los casos de Napster o Grokster, donde la corte norteamericana falló en contra del P2P, o el de KaZaA en Holanda, donde la corte Holandesa falló a favor. El Juzgado de Madrid sumó otro eslabón judicial a la batalla.
Según acaba de publicar David Bravo, uno de los abogados defensores de Soto, en su blog: El caso Soto mantiene relevancia internacional ya que se enmarca dentro de la estrategia global de litigio seguida por las multinacionales contra cualquier desarrollador de tecnología que consideren perjudicial para sus intereses. El caso es seguido de cerca por estudiosos de todo el mundo y plantea judicialmente la tensión que se produce entre los desarrolladores de software y las multinacionales que ostentan la propiedad intelectual de los contenidos, pretendiendo éstas controlar todos los canales de difusión.